Quince años
LA VANGUARDIA, OPINIÓN, 26 JULIO 2007-07-27
SE cumplen quince años desde la celebración de los que fueron calificados de mejores Juegos Olímpicos de la historia, los de Barcelona, que constituyeron un hito deportivo sin precedentes para el país, que permitieron poner la ciudad al día y abrirla al mar y a nuevos horizontes... Desde el 25 de julio de 1992 el mundo situó el nombre de Barcelona en el mapa y su proyección internacional se multiplicó exponencialmente. Pero el balance de la capital de Catalunya, quince años después de los Juegos Olímpicos, es agridulce. Es cierto que la ciudad se ha modernizado, que ha aumentado su protagonismo cultural y que, con ocasión del Fòrum de les Cultures, acabó de abrirse al mar. Es cierto que la promoción internacional de la ciudad la ha convertido en destino turístico de moda y que ello ha permitido batir récords de visitantes, hasta el punto de hacer de Catalunya la comunidad líder en turismo. Es cierto que se ha recuperado con gran éxito la capitalidad en el ámbito de las ferias y congresos. Es cierto que la economía va bien, con uno de los índices de paro más bajos del Estado que hace que incluso pueda hablarse de pleno empleo, a la vista de la continua llegada de inmigrantes para cubrir las necesidades de mano de obra. Y es cierto, también, que la integración de los recién llegados –más de un millón en toda Catalunya- se ha producido sin excesivos traumas.
El descomunal apagón eléctrico sufrido estos días, con más de trescientos mil afectados, obliga sin embargo a dejar de lado los triunfalismos de la conmemoración olímpica y a situarnos en la penosa realidad. En este sentido el Ayuntamiento, mientras todavía había millares de hogares sin luz, demostró muy poca sensibilidad al negarse a posponer la celebración del aniversario olímpico, ya que la ciudad no está precisamente para fiestas después de los graves problemas y grandes pérdidas que ha generado la prolongada falta de suministro eléctrico. Como decíamos ayer, una gran metrópoli como Barcelona no puede aspirar a nada en lo económico, social, político y cultural si fallan las condiciones imprescindibles para que la vida cotidiana se desarrolle con normalidad.
Los Juegos Olímpicos supusieron un gran esfuerzo en infraestructuras que permitieron, después de veinte años de retraso, poner al día a la ciudad y su entorno metropolitano más inmediato. Pero, después de esos días de gloria, en los últimos quince años se ha vuelto a acumular un profundo déficit inversor, que ha coincidido con un enorme aumento de habitantes, que hace que crujan todas las costuras de Catalunya, especialmente las de Barcelona y su área metropolitana, donde vive el 75 por ciento de la población. No sólo resulta insuficiente la red eléctrica, sino también, como es bien sufrido por todos, la red ferroviaria, la red viaria, el aeropuerto y la atención sanitaria, por no hablar de la falta de medios policiales o de la insuficiente inversión en enseñanza y en investigación que ahoga las posibilidades de progreso.
Está fuera de discusión, por lo demás, que el impulso olímpico no ha servido para incrementar el peso económico de Barcelona en el conjunto del Estado, sino todo lo contrario, ya que en los últimos años se ha perdido la capitalidad económica española a favor de Madrid. No se ha sabido tampoco liderar la transformación que necesita la economía hacia empresas de dimensión global y hacia una industria y unos servicios tecnológicamente avanzados, que permitan superar la estructura productiva del siglo XX.
La clase política ha centrado sus esfuerzos, desde hace tiempo, en la negociación y desarrollo del nuevo Estatut para salir del atasco, y es fundamental para el progreso de Catalunya que pueda aplicarse y cumplirse sin más dilaciones, sobre todo en lo que a inversiones y nuevas competencias se refiere. Pero eso no bastará si no hay una mayor capacidad de liderazgo y si no se cambian los debates estériles y la agotadora lucha partidista por un nuevo estilo político más constructivo para asumir los retos del presente y las apuestas del futuro, con una mayor complicidad entre todos, incluida la iniciativa privada. En este sentido hay que reivindicar el espíritu olímpico que presidió Barcelona hace quince años.