

by the quick and witty Manuel Trallero
Un servidor de ustedes está hasta el gorro, mismamente del señor ese, que toca el clarinete rematadamente mal y que hace tiempo, bastante tiempo, dejó de ser artista para volverse un tramposo que hace entre No-Do y spot publicitario todo ello por encargo, con la pasta—y no precisamente italiana—por delante. Estoy harto de que cada día nos expliquen pormenorizadamente sus peripecias por la ciudad, igual, igualito, que si fuera un Bienvenido Mr. Marshall del siglo XXI. Igual que si fuera un explorador blanco descubriendo la octava maravilla de la Sagrada Familia—antes de que el AVE la convierta en papilla, los socialistas no tienen por qué hacerlo todo rematadamente mal—o en el edificio en forma de consolador del Agbar mientras los nativos, los barceloneses, ponemos la misma cara de estupefacción que los extras de Las minas del Rey Salomón. ¿A nadie le da vergüenza semejante tomadura de pelo, pagada con nuestros impuestos? ¿No habíamos quedado que el Fòrum se había acabado? Barcelona convertida en un parque temático, como unos nuevos ricos que quieren salir en la película. Este es el verdadero argumento de una película, las ganas desaforadas de tener una película sobre Barcelona.
Estoy harto de Woody Allen, como estuve harto en su momento del pobre Pau Gasol en la NBA cuando ya sólo nos faltaba conocer si el chico iba suelto o resteñido, gracias a los servicios informativos de Catalunya Ràdio. Todo lo demás lo sabíamos al instante. Los puntos conseguidos, los rebotes y las asistencias. La culpa de Pau Gasol la tenía, claro está, el señor Pujol y los sucesivos gobiernos de CiU, que gracias a su política de instalaciones deportivas lograron que salieran Pau Gasol a manta. Luego Pau Gasol juega con la selección nacional de España y dice que está tan ricamente entre los colores de rojo y gualda.
Estoy harto de este papanatismo que invade, de la imperiosa necesidad de ser siempre los catalanes los mejores del mundo mundial, cuando es mucho mejor el champaña francés que el cava catalán, o cuando en Francia—mal que le pese a The New York Times—se continúa comiendo unas quince mil veces mejor que en España y especialmente que en Catalunya, por mucha estrella Michelin que haya, que casi nos hacen hacer el ridículo espantoso de enviar a Ferran Adrià a la Documenta de Kassel como si fuera un Miguel Ángel. Por el amor de Dios, que el personal se despierte, se tome un café bien cargadito y una ducha de agua fría, que esto querido y querido, esto es Catalunya y aquí manda Hereu y Montilla. ¿Lo van cogiendo ustedes? Y esto es lo que hay, con los empresarios haciendo la genuflexión y a Dios gracias que tenemos lo que tenemos, es decir, que no tenemos nada, que andamos en pelota picada en infraestructuras y en todo lo demás con niñas maltratadas por una descoordinación oficial. ¿Y encima quiere gestionar un aeropuerto? Jesusito de mi vida, que me quede como estoy. A eso por lo visto se le llama autoestima y, ay, pobres de ustedes que sufran un ataque de cordura porque caerán de inmediato en el temible auto-odio para el cual todavía no se ha descubierto el antídoto.
Pero hay que sacar pecho y decir que somos los mejores, porque Woody Allen nos saca en un film ahora que ya había aprendido a decir penicuna.